Había una vez un rey y una reina del
reino de los prados, de la hierba y de los tréboles.
El rey se llamaba Escarabajo y tenía el
pelo negro con reflejos verdes, como el escarabajo cuando luce su cuerpo bajo
el sol. Se pasaba las horas leyendo y guardaba en una de sus cámaras secretas
una colección de miles de perfumes, jabones y ungüentos, pues era muy
presumido.
La reina Río organizaba el castillo y
hacía las funciones del estado. Cabalgaba mejor que las Amazonas y, al menos
para el rey, las superaba holgadamente en belleza. Su larga trenza dorada hacía
las veces de enigmático objeto hipnótico y de látigo.
Los reyes pasaban las tardes paseando
juntos bordeando la muralla del castillo- El rey recogía flores y le decía a su
amada:
¡Oh mi reina, cuándo nuestro deseo de
tener un hijo se hará realidad!
Tres veces tuvieron que ver los
almendros florecer, hasta que la reina quedó embarazada y un día por fin dio a
luz a una bebé.
Para celebrar el nacimiento de su hija,
los reyes hicieron una fiesta en palacio y
regalaron a todo el reino manjares y flores. Dentro de una caja de
madera guardaron tres objetos hechos del oro de las minas de los duendes del Reino
de las Cumbres, que es el más resplandeciente que se puede encontrar.
Una flor, como su nombre
Una moneda de la buena suerte
Un anillo para que encuentre el amor
La caja la guardaron debajo de la
almohada de su cuna, y después bajo la almohada de su cama. Y así pasó el
tiempo. Edelweiss era feliz, compartía con sus padres los paseos, el aire puro
del bosque, el bosque, el agua del rio y su amor.
Cuando cumplió quince años, un día se
encontraba sentada en la hierba con un libro en su regazo. El sol brillaba,
pero le pareció escuchar una tormenta. Pero no eran truenos, eran cascos de
caballos. Un ejército de soldados rodeados de oscuras sombras se cernió sobre
su vestido y sobre las páginas de su libro. En volandas, la cogieron y la
llevaron al castillo.
Cuando llegaron, no quedaba nadie, las
sombras lo habían devorado todo. La niña casi no se atrevió a preguntar:
-Majestad, no se su nombre, pero le
suplico que me diga si mis padres también han sido engullidos por las sombras.
Tienes razón en una cosa sí en otra no.
Es cierto que no tengo nombre, pero no he devorado con mi sombra a tus padres. Están
encerrados en lo alto de la torre, pero mientras yo esté en la sombra, no
volverás a verles. Ahora, prepárate, pues voy a casarme contigo.
La princesa se estremeció, la princesa
estaba triste.
¿Qué
le pasa a la princesa?
Los
suspiros se escapan de su boca de fresa.
Pues ha perdido la risa, ha perdido el color
(se puede continuar aquí mientras se cuenta la historia recitando algunos versos más de Rubén Darío, para meter poesía en un contexto y para hacer las veces de entremés)
Pues ha perdido la risa, ha perdido el color
(se puede continuar aquí mientras se cuenta la historia recitando algunos versos más de Rubén Darío, para meter poesía en un contexto y para hacer las veces de entremés)
Pero Edelweiss era tan lista como las
flores que consiguen abrirse paso entre la nieve. Para retrasar la boda, fue a
hablar con el Príncipe Sin Nombre y le pidió como regalo de boda un vestido tan
reluciente como el sol, tan plateado como la luna y tan brillante como las
estrellas.
Al cabo de unos meses, la princesa
recibió sus vestidos.
Los preparativos de la boda se
reanudaron. Entonces la princesa pidió un abrigo hecho de todas las pieles de
animales como especies había en el planeta.
Un año entero tardó la princesa en recibir
este regalo, y casi se había acostumbrado a no estar casada. Pero finalmente el
príncipe le dijo que la boda no podía posponerse más.
Esa misma noche, la princesa hizo un
hatillo y guardó la cajita de madera regalo de sus padres y sus vestidos. Se
puso el abrigo de todas las pieles
y huyó.
El príncipe mandó a su guardia de sombra
por todos los reinos.
Pero la princesa se ocultó en el bosque,
y los árboles, los frutos y los animales fueron su cobijo.
Un día que la dormía en su mullido lecho
de musgo, escuchó las voces de unos soldados. Tanto miedo pasó como aquella
primera vez. Se ocultó en un pequeño agujero, pero los hombres mandaron a los
perros y allí no tenía escapatoria. Cuando la apresaron, la princesa vio que
iban vestidos de otra manera y que desde luego no eran soldados de sombra.
Llevaban largas capas doradas y coronas de trigo trenzado en la frente.
Así que vio una oportunidad para volver
a vivir entre personas, y comenzó a maullar, a ladrar, a aullar… mientras
rogaba por su vida. Con su piel sucia y su abrigo de pieles los hombres la
tomaron por un animal, pero como no sabían exactamente cuál era, le llamaron
Todas las pieles.
Le llevaron a su castillo y le dejaron
con el cocinero, que desde hacía tiempo necesitaba un ayudante.
Entonces apareció el Rey Trigo. Parecía
caminar con una montaña de ideas y buenos pensamientos a su espalda, que
llevaba de una manera liviana y elegante.
La princesa se quedó deslumbrada, y el
príncipe notó un temblor de estrella en su mirada.
Mandó entonces que la lavaran y la
asearan.
El tiempo pasó. El príncipe estaba
ocupado con las responsabilidades del reino y la princesa aprendía a cocinar
los platos más deliciosos acompañados por el mejor pan del mundo.
Pero los consejeros del rey le
presionaban con que tenía que buscar esposa, así que organizaron un baile para
invitar a todas las damas del reino.
En la noche del baile, el príncipe se
aburría. Todas las princesas iban de rosa y hablaban de cosas insignificantes.
(recuerdo a Irene Labajo: Ser princesa no es un cuento)
La princesa pidió al cocinero si podía
ir a recolectar los guisantes del huerto, pues era luna llena. Como era
trabajadora, el chef le tenía en alta estima, así que le dejó. Ella así lo
hizo, y bajo la luna en cuarto creciente, se puso el vestido dorado. Al entrar
en el salón de baile, pareció más bella que todos los tesoros del mundo que
sumergidos, centellean en el fondo del mar.
Enseguida el príncipe sacó a bailar a
Todas las pieles, y no pararon en toda la noche.
El baile acabó y todos se retiraron. El
príncipe quiso despedirse de la princesa, pero había desaparecido.
Estaba quitándose el vestido,
revolviéndose el pelo y tiznándose la cara con hollín del horno de leña.
Era costumbre que antes de dormir el rey
tomara un caldo caliente que el mismo cocinero le subía a la habitación. Pero
la princesa le enseñó los guisantes y le convenció para subirlo ella.
Cuando entró en los aposentos del rey,
este leía al lado de la chimenea.
-Aquí tiene su caldo, Majestad.
-Hmmm, respondió el príncipe.
Así que Todas las pieles dejó el bol
encima de un pequeño velador y se marchó.
Al tomarse el caldo, el rey notó algo
extraño en el fondo. Brillaba y tintineaba en el plato. Al sacarlo, vio que era
una moneda de oro.
Se quedó pensativo.
-Una noche mágica, pensó.
A la semana siguiente, el príncipe
decretó otro baile, puesto que era la única manera de encontrarse con la
misteriosa mujer con la que había bailado.
En la noche del segundo baile, la
princesa pidió permiso para pelar los guisantes. Se dio mucha prisa y se puso,
bajo la media luna, el vestido de plata y, al entrar en el salón de baile,
todos los invitados se bañaron en la luz de la luna.
Durante toda la noche bailaron juntos.
Pero cuando el sol despuntó y cantaron los primeros gallos, la princesa había
desaparecido.
También en esta ocasión pidió subirle el
caldo al rey. El cocinero dudó, pero le enseñó los guisantes y le convenció.
Cuando entró en los aposentos del rey,
este leía otra vez al lado de la chimenea.
-Aquí tiene su caldo, Majestad.
-Hmmm, respondió el príncipe.
Así que Todas las pieles dejó el bol
encima del pequeño velador y se marchó.
Al tomarse el caldo, el rey notó algo
extraño en el fondo. Parecía crecer resplandeciente del plato. Al sacarlo, vio
que era una pequeña flor de oro.
Se quedó pensativo.
-Otra noche mágica, pensó.
El príncipe decidió convocar el último
baile dispuesto a que esta vez no se le escaparía la misteriosa mujer.
En la noche del tercer baile, la
princesa pidió permiso para hervir los guisantes. Bajo la luna llena, se puso
el vestido tan reluciente como las estrellas, y, al entrar en el salón de
baile, pareció que una parte del cielo estrellado había bajado a la tierra.
Durante toda la noche bailaron juntos.
Pero cuando el sol despuntó y cantaron los primeros gallos, la princesa había
desaparecido.
También en esta ocasión pidió subirle el
caldo al rey. El cocinero dudó, pero le enseñó los guisantes y le convenció.
Cuando entró en los aposentos del rey,
el príncipe tenía el libro cerrado en su regazo.
-Aquí tiene su caldo, Majestad.
-Gracias, respondió el príncipe. Me lo
tomaré ahora mismo. Por favor, espérese.
La princesa esperó. Entonces, cuando
hubo acabado, dijo:
-Acercaos.
La princesa temblaba cuando el príncipe
le cogió la mano y la rodeó con su gran puño. Al abrirlo, Todas las pieles vio
que algo brillaba en su dedo anular. Era el anillo, su último regalo, que ella
misma había puesto esa misma noche en el fondo del plato del príncipe.
-No me importa que seas reina o plebeya.
Has demostrado que eres la mujer más bella, astuta y buena que conozco.
Así, se abrazaron y se quedaron
inmóviles, como encantados, toda la noche, envueltos en la cambiante luz de la
lumbre.
Al día siguiente, el ejército de luz
cabalgó hasta llegar al castillo de sombras. Al llegar, Edelweiss abrió su caja
de madera. Al resplandecer el sol sobre la flor, la moneda y el anillo de oro,
tal fue el brillo, que las sombras se disolvieron, y el Príncipe de las Sombras
se deshizo en el aire.
Los príncipes rompieron la puerta de la
torre y liberaron a los padres de la princesa.
Al mismo día siguiente, se celebró la
boda que todos recordamos.
El reino se llenó de pequeñas flores
blancas; parecía estar nevado. Los banquetes y la música duraron siete días y
siete noches seguidos. Todo el mundo quería celebrar la felicidad del Rey Trigo
y la reina Edelweiss.
Fueron felices, comieron perdices…
…y tuvieron tres hijos: uno
resplandeciente como el sol, otro como la luna y el pequeño como las estrellas.
Una noche que la reina entró en el dormitorio, los pequeños habían
desaparecido.
Decidieron salir al bosque para
conseguir un abrigo de Todas las pieles para su padre.
Pero eso ya es otra historia
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