Prólogo
He elegido como primera
reseña de este blog el libro de 1964 El
árbol generoso, The Giving Tree, de Shel Silversten.
El libro de autor de
literatura infantil es un objeto artístico. Aquí tenemos un ejemplo de un libro
delicado y a la vez poderoso, repleto de valores, de celebración de la
infancia, la naturaleza y el amor, pero también de las pasiones humanas más
oscuras. Con un alto contenido en lenguaje simbólico, como obra de arte que es,
nos transforma al leerlo.
La primera vez que leí
este libro me emocioné profundamente, y cada vez que repito la lectura no dejo
de hacerlo. Pero he de decir que he seleccionado este libro por el impacto que
ha tenido en el aula de infantil. En varias ocasiones he realizado lecturas en
una clase de cuatro y siete años respectivamente que han tenido una gran acogida en los niños. Esto es importante, puesto que tanto la dimensión como la
comunicación artística parece ampliarse cuando se comparte la lectura entre
todos. Así, si la emoción es intensa en la lectura personal, sin duda se
amplifica en la lectura en grupo.
También puedo asegurar
que, aunque sabemos que en esta edad el niño presenta poca empatía, ya que se
encuentra en pleno periodo de desarrollo egocéntrico, he observado que sí se
produce una fuerte identificación del niño tanto con el niño de la historia
como con el árbol (esto se detallará más adelante), y que los niños a los que
se los he leído no han podido contener la respiración, ni tampoco las lágrimas.
El niño, desde una edad muy temprana, puede no poseer empatía, pero sin duda es
solidario por naturaleza.
Bienvenidos por tanto a la
primera reseña de este blog… espero que os guste el libro.
Debemos acercarnos a la
lectura de la misma manera que a una obra de arte. Esta sugiere a través de su
propia simbolización: crea, construye. No podemos usar este libro como elemento
aleccionador provisto de moralina, ya que no tendrá efecto sobre el niño. Dejar
a la historia, a la poética, hablar por sí sola, es un recurso mucho más inteligente
y eficaz… el niño se identifica con los personajes, con los modelos planteados,
y va configurando su propio sistema de valores.
Considero que este libro
es adecuado de cuatro a cien años. Tiene muchos valores implícitos y para todas
las edades se pueden encontrar elementos susceptibles a tratar. Y como obra de
arte que es, llega a todos. Además, como analizaremos más adelante, uno de los
personajes positivos es el niño… y sabemos que los adultos que saben conectar
con esa parte pasada pero no perdida que es la infancia, parecen estar en clara
ventaja en la vida...
Como este trabajo es sobre
el Educación Infantil, vamos a enmarcarlo para trabajarlo de cuatro a siete
años.
Ficha bibliográfica
Título: El árbol generoso
Autor e ilustrador: Shel Silversten
Editorial: Kalandraka
Fecha 1ªedición: 1964
Autor e ilustrador: Shel Silversten
Editorial: Kalandraka
Fecha 1ªedición: 1964
Edad en la que me baso para realizar este análisis:
de cuatro a siete años
Biografía
Sheldon Allan Silverstein
Sheldon Allan
Silverstein (25 de septiembre de 1930 - 10 de mayo de 1999), más
conocido como Shel Silverstein, fue un poeta, cantautor, músico,
compositor, dibujante, guionista y autor de libros para niños estadounidense.
Su biografía es impactante y quizá deba leerse después de haber procedido a la lectura de sus obras.
Su biografía es impactante y quizá deba leerse después de haber procedido a la lectura de sus obras.
https://es.wikipedia.org/wiki/Shel_Silverstein
Notas sobre la primera edición y su
entorno
La primera edición de este
libro es de 1960. Son los años en los que el hombre, tras arrasar, como por
cierto no ha dejado nunca de hacer, la naturaleza de manera despiadada, empieza
a tomar conciencia de cuidar el medioambiente. Es este uno de los temas que veremos
más adelante.
Es un libro en blanco y negro, tan de moda en la época a través del op-art y del cómic americano e italiano. Lo más reseñable en esta época es el movimiento de artistas Minimal que surgen en Estados Unidos de la mano de artistas como Robert Morris, Sol Lewitt, Carl Andre o Donald Judd. Ahora parece que minimal es todo, sin embargo, el auténtico minimalismo de los 60´s, arte de las estructuras primarias, sustituye el arte objetual por el arte del concepto. El mensaje y la representación artística se reduce a lo primario; nada gratuito se expone a la mirada: Less is more. Así sucede también en el libro, que parece hacerse eco de este lenguaje artístico: todo está reducido a la esencia de lo que simboliza: no hay uso de color, y cada palabra, cada frase, encuentra una significación profunda.
Es un libro en blanco y negro, tan de moda en la época a través del op-art y del cómic americano e italiano. Lo más reseñable en esta época es el movimiento de artistas Minimal que surgen en Estados Unidos de la mano de artistas como Robert Morris, Sol Lewitt, Carl Andre o Donald Judd. Ahora parece que minimal es todo, sin embargo, el auténtico minimalismo de los 60´s, arte de las estructuras primarias, sustituye el arte objetual por el arte del concepto. El mensaje y la representación artística se reduce a lo primario; nada gratuito se expone a la mirada: Less is more. Así sucede también en el libro, que parece hacerse eco de este lenguaje artístico: todo está reducido a la esencia de lo que simboliza: no hay uso de color, y cada palabra, cada frase, encuentra una significación profunda.
La tipografía, típico modelo academicista anglosajón, con las letras “que no se dan la mano” (lo contrario a lo
que aquí consideramos correcto), y un pequeño vestigio de temblor en su trazo.
El dibujo, de línea,
simple, expresivo y caligráfico, “habla” al lector al igual que lo hacen las
frases del libro. En algunas páginas, ni siquiera encontramos texto. Aquí
tenemos un ejemplo de cómo palabras y dibujos se funden, con esta bellísima
dedicatoria del autor a su novia de entonces:
La portada es el único
soporte en el que encontramos color: una portada verde salpicada con pequeñas
manchas rojas, que expresan la serenidad y presencia de la Naturaleza
atravesada acaso por las buenas y malas pasiones humanas.
El formato es manejable
para niños en etapa de infantil: las hojas quizá son algo finas, por lo que
habrá que esperar a “entregarlo en mano” a niños de cuatro o cinco años.
Temática y personajes
Acerca del tema principal, es interesante cómo este es un libro sobre el que ni los especialistas ni los lectores se ponen de acuerdo. Mientras unos consideran el tema principal como el “amor incondicional”, otros se decantan por “un inquietante relato sobre el eterno egocentrismo y egoísmo del ser humano”. Y es que este libro no deja indiferente; igual de amado que de odiado, figura en la lista del New York Times de “Los cien libros que podrías odiar”.
Mi pretensión es ver aquí
cómo estos temas a los que apuntan los lectores conviven en la obra. Y es que
no podemos obviar el aparente tópico: ¿es posible hacer el bien sin la conciencia
del mal? ¿Qué es una buena historia infantil? ¿Acaso no apelan las temáticas de
las grandes historias a la oscuridad, al miedo y a los instintos de
destrucción? Para nuestra justificación habría que buscar en la teoría de Freud
del Eros y el Tánatos (impulsos de amor y de muerte) o en la visión
bettelheimiana (Psicoanálisis de los
cuentos de hadas)
Por eso en este libro es
especialmente importante el diálogo tras la lectura, como veremos más adelante:
en este debate, el niño encontrará sus propios valores y elegirá qué caminos
tomar.
El tema principal del
libro es, sin lugar a dudas, la perversión del adulto, que al alejarse del
mundo infantil, se aleja de su propia naturaleza.
Temas secundarios son por
tanto el respeto a aquella, los valores, y la manera en que se ama, porque se
puede amar bien o mal. El libro comienza:
Había una vez un árbol
Que amaba a un pequeño niño.
Esto no es otra cosa que
la presentación del primer personaje. Es el dibujo el que nos da información sobre
el árbol: robusto, alto, con un gran tronco, grandes ramas y frutos. El texto,
sin embargo, sólo le da peso a un aspecto de la psicología del árbol: es, ante
todo, un ser que ama. Esto, como diría Hamlet, le permite ser. Pero también, desde la segunda frase, encontramos un recurso
de personificación. Al amar, nos exponemos, puesto que nos colocamos en el
otro; en tanto que no nos corresponde, nos destruye.
El niño le corresponde: el
autor pasa a presentarnos el segundo personaje. Pequeño, sensible, el autor le describe inmerso desde el ideario barroco, puesto que el niño se mimetiza y
funde con el árbol; está, al fin y al cabo “hecho de la misma materia”. En
varias páginas encontramos que el texto describe acciones del niño, pero en la
ilustración sólo aparece el árbol.
Todos los días viene, y juega. Es esta mención del autor de gran
importancia, puesto que el niño es bueno en tanto que mantiene el juego
simbólico, juego que como veremos abandonará en el futuro (en vez de ser capaz
de transformarlo y adaptarlo a la vida adulta), con las consiguientes
consecuencias nefastas. El bello árbol, expresión, como todos los árboles, del
dominio del tiempo: dominio con el que el niño va a acabar.
El niño se mece en las
ramas del árbol, recoge sus frutos, juega a ser el rey del bosque y al escondite, se refugia en su sombra.
Y el árbol es feliz.
Hay por tanto una
reciprocidad en el afecto, en el que los dos dan y reciben. Los dos son felices
porque el otro es feliz.
El niño llega a la
adolescencia, y por supuesto, no hay mejor lugar para compartir sus primeras experiencias
amorosas que debajo del árbol.
Pero el tiempo sigue pasando, nos encontramos con una gran elipsis temporal, y el niño se hace mayor.
Y aquí viene la parte
espeluznante, esa en la que al escucharla los niños (os aseguro que los he visto)
se echan las manos a la cabeza, se encogen desde dentro de su cuerpo, se tapan
ojos y oídos. Y es que es el momento de presentar al tercer personaje, ya que el niño, al volver a la historia
convertido en adulto, no es el mismo.
Este creo que es, o debe
ser, el tema principal a tratar: el niño, al crecer, puede perderse en el
bosque y no encontrarse. El hombre que vemos no tiene nada que ver con aquel
niño. Ha perdido el contacto con la naturaleza. Sus valores están trastocados y
pervertidos: la bondad, la empatía, la tolerancia (por citar algunos) se han sustituido
por la avaricia, la codicia, el poder.
-Ven, niño. Mécete en mis ramas.
-Yo ya soy grande para trepar y jugar
Quiero dinero para divertirme y poder gastarlo (…)
Y he aquí donde empieza la
descuartización del amor…
El “niño”, como
acertadamente, aunque sin respuesta, le sigue llamando el árbol durante toda la
historia (pues reconoce en el adulto la esencia infantil), le pide en
diferentes etapas de su vida al árbol sus frutos, luego sus ramas y finalmente
su tronco, despojándole de todo. El hombre claramente “ha fracasado”: aun acabando
con el árbol, necesita de su ayuda, de su destrucción, para su propia supervivencia.
El final no puede ser menos melodramático: cuando al árbol no le queda nada y
es tan sólo un viejo tocón, le pide al niño que descanse sobre él.
Ven, niño, reposa
Y el árbol fue feliz.
Lectura dialéctica
Después del impacto que
produce en el niño esta lectura, hay que aliviar la tensión a través de las
preguntas que se plantean en la lectura. Esto produce la experiencia catártica fuera de la lectura y no dentro de ella.
Sin desvelar, proporcionando
buenos instrumentos para la navegación, el maestro o lector guía, para que el
niño saque sus propias conclusiones.
Es bueno empezar por el
principio. Trasladar al niño dentro de la historia, llevarle a alcanzar
sensaciones similares, es un recurso muy poderoso. El niño vive “lo bueno de la
vida” con el árbol: se mece en sus ramas, se cobija en su sombra, está, en
definitiva, en comunión con la naturaleza. Unas buenas preguntas serían:
-¿Habéis sentido algo
parecido? ¿Os habéis mecido en las ramas de un árbol, en las olas del mar, en
los remolinos de viento?.
El lenguaje con los niños
a menudo cuánto más poético mejor, puesto que deja la puerta abierta a sus
propias conclusiones. Enseguida levantarán la mano intentando dominar su pasión
y su paciencia:
-Pues yo en verano meto
los pies en el agua,
-Pues yo me quedo más
hipnotizado con el fuego que con los dibujos,
-Pues yo también estoy
seguro de que mi perro me entiende, etc etc.
Una vez que vayamos
avanzando en la revisión del libro, llegamos al tema principal. A menudo hay
que “saltar al final” para poder comprender el conflicto central.
-Qué os parece este señor,
os gusta?
Las respuestas son
evidentes:
-A mi no me gusta nada, es
malísimo, sólo piensa en sí mismo, ha destruido el árbol etc etc.
-Pero y el niño, os
gustaba?. La identificación se produce en el niño con el niño y el árbol; no
así con el adulto de la historia. Llegamos aquí al planteamiento principal:
-Qué le ha sucedido al niño (que no hemos visto)
para volverse así.
Aquí los niños muestran
una inteligencia muy superior al adulto. Para ellos, nadie es malo porque sí, y así debemos inculcárselo.
Como la bruja Babayaga, “que sólo tenía un diente, y tanto se rieron los niños
que se volvió mala, mala”.
Sus respuestas son
sobrecogedoras: (recopilo algunas sacadas de mi aula)
-A lo mejor no tenía mamá
-Su familia no le trató
bien
-Le pasó algo horrible,
que no sabemos
-No tenía padre
-No le hacían caso
-Se perdió y cuando volvió
a encontrar el bosque, estaba atontao
-Su mamá trabajaba mucho
-No le enseñaron bien las
cosas
Todos son, sin duda,
buenos argumentos. El “señor malo”, como ellos se refieren a este niño perdido,
no puede haberse hecho malo sin más. Sin duda puede haberle pasado algo triste,
puede estar enfadado, o simplemente, como dice la última frase, no le han
enseñado bien. Sin duda, en su aprendizaje han primado unos valores que no son
los auténticos.
Al igual que Max de Donde viven los monstruos, con una madre
demasiado ocupada, acaso visita a sus propios monstruos, el niño de esta
historia no puede volver de esta visita. Y no sale del bosque nunca más.
Bibliografía:
Sigmund Freud: Tres
ensayos sobre teoría sexual. Biblioteca clásicos El País, 2001.
Bruno Bettelheim: Psicoanálisis
de los cuentos de hadas. Planeta, 2012.
Teresa Colomer: Andar
entre libros, la lectura literaria en la escuela, 2006.